lunes, 20 de julio de 2020

El banco





Un banco sito entre la C-28 (de Vielha a Esterri d’Àneu) i eth Carrèr deth Taro (Betren), sujetaba las posaderas de unos viejos entrañables pero de armas tomar que me miraban entre desconfiados y burlones desde la distancia. Es finales de los ochenta y cuento quince o dieciséis años mientras, orgulloso e interesado, me introduzco durante los veranos en el noble oficio de la construcción. Hijo de jefe pero obrero convencido tras el paso por Federica Montseny, mi espíritu supura vigor y juventud y reclama justicia para con el proletariado y los campesinos sin percatarme de que el sudor y el esfuerzo no siempre ennoblecen, de que algunas tradiciones familiares es mejor cambiarlas y de que la ofuscación dogmatiza. 


Son las dos y cuarto de la tarde de esos tiempos mientras espero junto a la carretera a que me recoja un Nissan Patrol v4 sin dirección asistida. En el banco, sentados en el centro, Alfredo y Manolo hacen de capos. Flanquea por la derecha Ángel, compañero del economato de Productora y amigo del primero. Paco y José, hermanos, esbeltos pero robustos, forman de pie uno a cada lado de la estructura, y Alfonso, alojado a la izquierda y junto a Manolo, apoya las manos sobre una vara de avellano que hace las veces de sostén y de autoridad. De todos solo queda el último y tendrá muchos años. El resto fumaban casi todos aunque, excepto a los primeros, el tabaco no les impidió llegar a octogenarios. 


Que estén tiene su función. Controlan que pasen todos los vehículos que trasladan a los obreros a las obras que en aquellos y posteriores años se multiplicaron en la Val d’Aran y, después de comer, hacen tiempo antes de echar la siesta bajo un peral menospreciado pero que les da sombra. El frutal desapareció entre el 2005 y el 2007, cuando ensancharon la carretera que lleva a la montaña de Vaqueira, ubicación de la estación de esquí y de pletas que arredilan, a finales de año, a otros magnates y piratas. También se esfumó el banco, una tabla inestable pero suficiente sobre dos troncos, y sus ocupantes. 


Me ha hecho ilusión pensar en ello, o me ha puesto nostálgico y ya no distingo el aquí del allí ni el entonces del ahora. Converso con un amigo, del pueblo y de la vida, a veinte metros del peral y los viejos mientras nos sentamos, frente al fresno que se ve solitario a la derecha del ortoplano 2018 (parte de abajo de la foto), en la lama del borde del sentadero de un banco de hierro, roñoso y con el esmalte levantado, que se mantiene recostado sobre unas rocas y apoyado sobre sus dos patas delanteras. Impasible y mutilado, de espaldas al atardecer y al Montcorbisun pero firme y asombrado, este banco resiste a la melancolía, al polvo que levantan los 4x4 y al escozor que provocan las ortigas.