sábado, 10 de octubre de 2020

Manhattan, claros y sombras

Manhattan (Woody Allen, 1979)


Isaac (Woody Allen), cuarentón insatisfecho con su vida emocional y laboral y divorciado de Jill (Meryl Streep) guapísima última esposa, convertida al lesbianismo y escritora/reveladora de trapos sucios mantenidos con su ex, sale con Tracy (Mariel Hemingway, nieta del escritor), una chica menor de edad muy guapa enamorada de sus manías y verborrea. Isaac tiene un amigo íntimo, Yale, profesor universitario casado con Emily (Anne Byrne Hoffman), católica y  fidelis ad mortem, que mantiene una relación con Mary (Diane Keaton), también de mediana edad, desorientada y divorciada de Jeremiah (Wallace Shawn), bajo, calvo y bomba sexual. Isaac deja los chistes vacuos de la televisión para dedicarse a escribir un libro, tendencia que arrasa en los círculos intelectuales neoyorquinos, y se enamora de Mary, un clavo ardiendo para deshacerse de Tracy porque es demasiado joven para él...


El mejunje dialéctico y emocional se bate sobre un skyline brumoso y en blanco y negro con Rapsody In Blue (George Gershwin, 1924) en el enlace con Lang Lang al piano—de fondo. Sonido que acaricia los pelos de las orejas y satisface a la alta cultura norteamericana a la vez que rememora su triste pasado esclavista. Arte moderno, religión, ironía, comedia, vanidad, materialismo, psicología, melancolía, feminismo (Bella Abzug es la anfitriona de la exposición en la que Mary e Isaac se conocen), sexo y excusas salpican un marco dinámico constantemente acelerado de actores, cámara, conceptos, ideas e imágenes que un despeinado Isaac escupe sin parar. No en vano apela a Job y a un sufrimiento de dimensiones bíblicas.


Veo la película con mi hijo porque en Cultura Audiovisual les han recomendado Annie Hall (Woody Allen, 1977) y porque me sirve de subterfugio para retenerle un rato más a mi lado. Le pregunto si sabe qué significa “obsceno” y “promiscuo” pero en clase aún no han debatido sobre ideología ni diversidad cultural. Se lo explico así por encima, lo de los adjetivos, muy rápido, porque estamos en fase de sísí. Ya saben, como si lloviera. Lo más irónico del asunto es que a) llueve todo lo que en verano no cayó, y b) los asuntos impúdicos que Allen retratara con pudor y medida al principio para no salpicar a las mentes bienpensantes más de la cuenta, retornan y golpean como un bumerán su cogote a través de las acusaciones de abuso de su hija Dylan respaldada por otra de sus parejas, Mia Farrow. Aunque la new sea un fake, ni la alfombra roja o el aspecto de un anciano débil y venerable que presenta su última película en el Zinemaldiscarilla donostiarra del 2020, pueden rescatar ya al ingenioso creador de la mancha vertida y susceptible de estigmatizar su memoria. A esa fragilidad humana, a la duda y al error, honra también esta película y con ese personaje nos queremos quedar. 




jueves, 1 de octubre de 2020

«Si hay que sacar la mano a pasear, pues se saca»

 «Si hay que sacar la mano a pasear, pues se saca» (Enrique «El Drogas» Villarreal en La Resistencia (18’25’’).


Sentencia de otra generación, pudiera parecer reaccionario en nuestro tiempo. Como si fuera un rasgo atávico propio de neanderthales, a extirpar por los sapiens sapiens. Sin duda la violencia lo es pero, a veces, la escapatoria a ella se estrecha tanto que hace imposible otra huida que no sea hacia adelante. Por otro lado, cabe preguntarse, puesto que además se consiente de diversas, incorpóreas y cuasi imperceptibles maneras en lugares múltiples, si no será un atributo inmanente a nuestra especie, que es más animal, hipócrita y pusilánime de lo que se la presupone, cultura arriba cultura abajo.


Sea como fuere, una anécdota personal me une al fallo de “El Drogas”. Después de escuchar una entrevista a Evaristo Páramos (La Polla Records) en la que lanzara un mensaje similar, un servidor tuvo la ocurrencia de soltarlo frente a unos educadores para los que realizaba un encargo escenográfico antes de que la confianza estuviera afianzada. Claro, se quedaron boquiabiertos ante algo que les parecía inaceptable. Me imaginé que se imaginaban a un ogro repartiendo bofetadas a diestro y siniestro y tuve una epifanía, oscura. Me pareció que toda la sensibilidad que había depositado en el decorado se iba al carajo. Pensé que crear ambientes artificiales dejaría de estar en su presupuesto pero insistieron en llamarme para otro trabajo. Afortunados, a veces, los bocazas.


Aprovecho para hacer promoción de ambos diseños, aunque no sea un quíntuple disco como el de “El Drogas”, y acotar que yo, como mi abuelo, jamás he pegado a mi hijo, lo cual me rebota al aviso de Enrique Villarreal...