lunes, 31 de agosto de 2020

De puñales y corazones

Knives Out (Puñales por la espalda, Rian Johnson, 2019) 


(Si usted pasa el puntero por encima de las negritas verá qué se oculta entre bastidores) 


Harlan Thrombey (Christopher Plummer) es un escritor de novelas de misterio famoso, respetado, rico, octogenario y con una familia que vive de su cuento. Tras hallarle muerto se inicia una investigación a cargo del teniente de policía Elliott (Keith Stanfield) que enseguida es substituido por el investigador privado Benoît Blanc (Daniel Craig). Si, desde el principio, el teniente insiste en que se trata de un suicidio y la primera parte persigue demostrarlo, la segunda se centra en el auténtico móvil y asesinato, territorio Blanc. En fin, nada que Jessica Fletcher no nos hubiera contado en «Se ha escrito un crimen», pero los asuntos de la traición y el dinero nunca caducan, ni delante ni detrás de la pantalla. 

La ficción mama de la realidad. La difamación, esos pequeños pinchazos que si son muchos desangran a la víctima, es moneda corriente en muchos rodajes. Entre actores puede tener su gracia hasta atender su caída pues, pensamos, como semidioses, viven ajenos al mundo de los mortales y de sus necesidades, integran el Olimpo junto a farmacéuticos, futbolistas, empresarios, políticos, eruditos y etcétera, ¡son sus bufones!. Pero en el caso de los técnicos el asunto se complica puesto que los sueldos no solo son muy inferiores sino que se precisan más trabajos para subsistir como gente normal, Common People. Además, no son imprescindibles aunque puede que algún día tampoco lo sean los actores de carne y hueso (ver The Congress (Ari Folman, 2013)). 

Mientras, excusémonos y acurruquémonos con el miedo si queremos pero aludamos también a lo que Josep María Esquirol llama resistencia íntima, a la lucha contra el desprestigio y el sarcasmo, deportes nacionales, y no olvidemos qué negocio de la pantalla necesita aventar los trapos sucios para subsistir pues muy cerca de lo valioso está lo contrario. Eso sí, bien atrezzadas y entretenidas son, estas historias. Además, siempre ganan los buenos de corazón. Ya me decían de crío que iba para cura...

La entrada, que es muy bailonga para ser un lunes de sol, pretende también animar a los que padecen de metatarsos y falanges. 







viernes, 28 de agosto de 2020

Perdición


Double Indemnity (Perdición, Billy Wilder, 1944)


Walter Neff (Fred Macmurray), agente de seguros joven, alto y apuesto, trabaja para una compañía cuyo supervisor es Barton Keyes (Edward G. Robinson), un hombre sagaz, de baja estatura, con un enanito dentro y, por lo menos, veinte años más que el primero. El agente se persona en casa del sr. Dietrichson, donde es atendido por Phyllis Dietrichson (Barbara Stanwyck), rubia, bajita, astuta, enfermera de su primera esposa antes de morir y que odia a Lola (Jean Heather), hija de ese primer matrimonio que mantiene una relación con Nino Zachetti (Byron Barr) —cómo se parece este nombre al de Vanzetti!—, ex-estudiante de medicina e impulsivo. 

Cine negro primerizo, mezcla claroscuros, dinero, crimen, corrupción moral y legal, diálogos basados en metáforas, contrapicados ligeros y pasión. «Lo lógico sería tomar vino rosado del que hace burbujas y no tengo más que aguardiente», le espeta Walter a Phillys cuando ella aparece en su casa y lo tácito se hace obvio. Mala mezcla y cuenta que se saldará doblemente, como indica el título, más pragmático que la traducción católica al español. En 1935 James M. Cain escribió Pacto de sangre basándose en el crimen cometido en 1927 por Ruth Snyder y su amante Judd Gray, vendedor de corsés, sobre el marido de ésta para deshacerse de él y cobrar la póliza del seguro. Ambos fueron detenidos y ejecutados en la silla eléctrica, también canción de rock’n’roll brutal. 

Si Cain recuperaba en su novela los locos años veinte pre-Crack29’ durante el Weltfare State que en 1934 inaugurara Roosevelt, Wilder remitía a esas décadas en pleno racionamiento pre-desembarco de Normandía. Distracción y rectitud moral para reconducir a los despistados, como hace Keyes con el camionero Sam Garlopis (Fortunio Bonanova, emigrado actor mallorquín) al mostrarle cómo se abre la puerta, girando hacia la izquierda, y se sale con el rabo entre las piernas tras un fallido intento de engaño a la compañía. Alusión a la inteligencia, al pálpito, el enanito del principio, a la derecha y a la buena gestión. Película de otra época sin duda pero nourriture del noir y thriller actuales y, a menudo, zafios. 

Pues con esta ilusión y baza pretendía yo liar ayer por la noche a mi hijo que, si el Covid, otro argumento para racionar, lo permite, se adentra este siguiente curso en Cultura Audiovisual I. Aguantó treinta o cuarenta minutos antes de excusarse para ir al excusado con el móvil a ver vídeos de dios sabe qué, lo cual, esta mañana, me ha hecho reflexionar sobre la relación entre la mierda, el placer, la Cultura, las peras y el olmo, pero lo dejo para cuando se me pase el encantamiento. 





miércoles, 26 de agosto de 2020

Muuuuuuuu, beeeeee

Seules les bêtes (Solo las bestias, Dominik Moll, 2019)

Armand (Guy Roger “Bibisse” N’drin) pedalea por Abiyán, capital de Costa de Marfil, con una cabra atada a la espalda. Va a visitar a Papa Sanou, un chamán animista. En el Causse (Macizo Central francés) es invierno. Joseph (Damien Bonnard) vive apartado en una granja y añora a su madre muerta. Alice (Laure Calamy) es una asistenta social que le visita y frunge con él porque le quiere pero está casada con Michel (Denis Menochet), gestor de la granja de vacas de su suegro, con quien no se llevan bien, y que se sabe cornudo. 

Desaparece una mujer, Evelyne Ducat (Valeria Bruni Tedeschi), pareja de un rico empresario, tras abandonar su coche en la montaña. La gendarmería inicia las pesquisas. Aparece Marion (Nadia Tereszkiewicz), una camarera joven que se enamora de Evelyne. Paralelamente, a miles de kilómetros de distancia, la pareja de Armand, una chica abiyanesa mantiene, a su vez, una relación con un hombre blanco rico que les procura, a ella y a su hija, mucha dignidad y confort en el país africano. Conexiones analógicas y digitales. 

Esta historia, thriller policíaco, rural, urbano, transcontinental, transcultural y transgeneracional con visos de conciencia social, es una adaptación de la novela homónima de Colin Niel, ingeniero agrario y novelista. Desde la perspectiva de cada personaje principal —Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) es un modelo ilustre— y una estrategia de puzzle —Short Cuts (Robert Altman, 1993), por ejemplo— Moll construye una historia donde los móviles confluyen. «Amar es dar lo que no tienes», amenaza Papa Sanou. Y de eso se trata, de intentarlo, de empeñar lo que se tiene: dinero, voluntad, necesidad, ingenio, astucia. Lo contrario es resignación y una profunda frustración que hacen inviable vivir. 

Pero, ¿tendrán algo que ver los bóvidos, africanos o europeos, con tanto misterio?. Moll (Harry, un amigo que os quiere, 2000) imprime los giros, las dosis de sexo y la emoción suficientes e interesantes para mantener la tensión y la expectativa en el espectador gracias, en gran medida, a las interpretaciones (qué miedo da Menochet!). Quedan flecos importantes abiertos cuya carencia el director no disimula en su empeño neorromántico porque el amor también es un sentimiento muy pragmático. De buen ver. 

lunes, 24 de agosto de 2020

Todo cambia, nada permanece

Paterson (Jim Jarmusch, 2016)

Paterson es nombre de lugar y de persona. El lugar, que recibe su nombre de un poema de William Carlos Williams, es la tercera ciudad del estado de Nueva Jersey, USA, y capital el condado de Passaic; la persona (Adam Driver) es conductor de autobús y poeta aficionado al primero. El chófer es un hombre sereno, poco expresivo y diligente en su trabajo; el poeta, buen observador de los detalles, se inspira y profundiza en lo cotidiano y en la creatividad de la gente que vive en el extrarradio de la autoerigida capital de Occidente, Nueva York. 

Paterson, además, tiene una pareja, Laura (Golshifteh Farahani), de origen persa obsesionada con la decoración en blanco y negro, que experimenta con la cocina y quiere ser cantante de country con una guitarra arlequinada. Con ambos vive Marvin, un bulldog inglés mimado y enconado con Paterson. La vida es monótona pero tranquila excepto contados sobresaltos y gemelos con los que topa Paterson. Trabajo, casa, paseo con Marvin, cerveza en el bar de Doc (Barry Shabaka Henley) con alguna que otra sorpresa, visitas esporádicas a las Cataratas de Passaic desde la central hidroeléctrica y pequeñas reflexiones en versos sin rima que fija en su cuaderno. 

Pero como en Ghost Dog (1999), se palpa una intensidad in crescendo susceptible de terminar con tanta calma de forma abrupta. Efectivamente, el Fénix renace. Mientras contemplan el desplome del agua bajo el puente de hierro y charlan de Allen Gingsberg, Jean Dubuffet y Frank O’Hara, «a veces las páginas en blanco presentan más posibilidades», le dice el poeta japonés (Masatoshi Nagase) que le tiende un cuaderno como regalo antes de despedirse. 

Paterson es una oda a las pequeñas cosas, un retrato y revelación de lugares insignificantes, un canto a la interculturalidad y a la diversidad, a la pausa y la calma, a los sentimientos y al humor, a la música suave pero intensa, a lo silencioso, a lo insignificante, a lo que pasa por delante de nuestras narices y que menospreciamos, a la belleza de lo feo —desde los autobuses a los edificios de ladrillos cara vista o los problemas de Donny (Rizwan Manji)—, a los pasos cortos y a nuestras huellas, a la poesía y al cine.



El verso

Hay una antigua canción

que mi abuelo solía cantar

que hace la pregunta,

“O preferirías ser un pez?”



En la misma canción 

hay la misma pregunta 

pero con una mula y un cerdo,

pero la que yo oigo a veces

en mi cabeza es la del pez.



Ese único verso.

Preferiría ser un pez?

Como si el resto de la canción

no fuese necesario.



Ajá.













domingo, 23 de agosto de 2020

Segundas oportunidades

Seconds (Plan diabólico, John Frankenheimer, 1966) 

(Las negritas están hiperenlazadas)

Seconds no es stricto sensu un plan diabólico pero no se puede obviar la perversidad y el pillaje de La Compañía. Se ofrece, mediante captación de personas muy cercanas, a potenciales clientes, gentes pudientes susceptibles de desánimo vital, un cambio de vida integral. Resurrección a todo tren, el incentivo de esta segunda oportunidad apuesta por un cambio de identidad y físico, de esperanzas y de condición económica más que aceptable. 

Arthur Hamilton (John Randolph), casado y con una hija adulta, se siente insatisfecho con su vida. Recibe llamadas de un amigo al que creía muerto, quien le convence de la existencia de La Compañía y sus posibilidades. Renacido en el pintor figurativo Antiochus Wilson (Rock Hudson), La Compañía le proporciona estatus en California, dentro de una comunidad de renacidos. Sin embargo, Wilson descubre que necesita del libre albedrío, que los bienes materiales no lo son todo pero que no le parece tan mal lo que hace La Compañía si puede volver a intentarlo hasta que... 

Frankenheimer recurre al expresionismo durante el inicio de esta historia. Imágenes distorsionadas de los espacios —el pasillo ajedrezado o la desfiguración de las partes de un rostro—, planos subjetivos con movimiento, escorzos exagerados de Hamilton, angulares, o contrapicados, también tambaleantes, del protagonista cortados por la boca y una interpretación que exuda angustia acentúan un clima de acoso. Pero lo que apunta a thriller policíaco deviene en crisis existencial del protagonista y crítica a la sociedad de consumo y a una clase medio-alta norteamericana excluyente, amoral y ebria de sí misma que se explaya en escenas como la embarazosa bacanal o la fiesta en casa de Wilson. 

El autor, comprometido con la idealización de la naturaleza humana, abandona la Guerra y las consecuencias sociales y morales en los individuos para acometer la potencialidad discriminatoria de los avances científico-tecnológicos. Si una segunda o nueva oportunidad forma parte del fundamento moral y legal de los USA, Frankenheimer delimita su acceso a los que pueden permitírselo. Por otro lado, en la retina la recuperación de los mitos del científico loco (el Rotwang de Metrópolis (Fritz Lang, 1927), Frankenstein (James Whale, 1931), El Golem (Paul Wegener, 1922) o los experimentos reales de Josef Menguele con prisioneros judíos en Auschwitz aluden a un desafío a la vida y a una crisis de los valores. 

Lo que entonces se tenía por ciencia-ficción hoy es posible. Eso sí, el privilegio, más autojustificado, egotista y minoritario que nunca, contrasta con el cinismo hacia los retornados forzosos a su puerto de huida y otros macabros sinónimos de oportunidad. The World Is A Vampire!

jueves, 20 de agosto de 2020

El Perro

(Las negritas están hiperenlazadas)

37 grados. Ayer hizo un calor insoportable. Un servidor, que es de montaña, tolera muy mal —cansancio, cabreo, dolor de rodilla...—los cambios meteorológicos abruptos o sus excesos. Además, algo que debería importarnos a todos, no llueve mucho este verano. Menos mal que nos queda Almería!

Pero no todo es negativo. Descubrí —quizá debiera haberlo hecho hace tiempo debido a mi formación académica— La secta del perro (Carlos García Gual, 1987), un libro sobre la escuela cínica que en su prólogo ya avanza la distinción entre kynismus y zynismus. Lo primero es parresía, humildad, subversión, crítica ante lo convencional, irreverencia, gracia, humor y anécdotas; lo segundo es mentira, engaño, burla, pantomima, hipocresía, falsedad. El kynismus, cuyo padre es Diógenes de Sinope, transmite a la Stoa Poikilè, al estoicismo predicado por Zenón de Citio, la contemplación, la observación y el respeto a la naturaleza. A lo que éstos añaden la virtud. Como las Humanidades están tan maltrechas y denostadas, hemos olvidado lo primero y confundido y relativizado las prácticas a nuestro favor pero puede que siempre haya sido así y que sea desde la 2ª Guerra Mundial cuando se intenta, con un éxito muy muy relativo, un equilibrio de fuerzas con la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Otra sorpresa, agridulce, me la trajo una anécdota —una de esas cosas que les pasa a los demás—, aunque las palabras y la memoria todo lo confunden. 

Rodamos!, pero el técnico de sonido dice que un ruido, un ronroneo ensucia el sonido en directo. Producción manda a la primeriza, una chica rubia y torpona —cómo no!— a averiguar de dónde proviene el barullo. Cerca de ese mismo decorado, una mujer de mediana edad —detalle inverosímil— ronca debajo de la cama de un decorado anexo. A un lado del catre, un bolso tirado y las botas camperas de ante que puestas le llegan hasta la rodilla y reducen aún más su estatura, despiden un tufo acre. Cualquiera se preguntará por qué no duerme plácidamente sobre la cama. 

La chica difunde la noticia. Indefectiblemente, el suceso se tiene que saber para hacer lo que convenga. Sin embargo, algo que pasaría por punible en otros aquí se transforma en loa. «Pobrecilla, con lo que trabaja…». Además, todo el equipo está disgustado con las maneras del equipo de Dirección, que viene de Madrid. Sin embargo, otra persona, testigo de lo que acontece y se rumorea, percibe ese elogio como una burla pues conoce el origen de los ronquidos —fiesta!y la desconsideración y difamaciones del ser roncante hacia sus compañeros de equipo para hacerse valer. Entre la afasia y el balbuceo —«ya, yo esto pero el otro lo otro...que todos tenemos algo...que no se pueden meter tantas horas!...mira ese cómo va...jeje»— se elude la responsabilidad y una anécdota potencialmente irreverente se transforma en algo lamentable y tragicómico. 

Hoy también hará calor. Día de playa para el Perro si no me quitan el sol.

martes, 18 de agosto de 2020

O que arde

(Las negritas están hiperenlazadas)


O que arde (Olivier Laxe, 2019) 

«Si hacen sufrir es que sufren», dice Benedicta a Amador después de que su hijo le explique por qué son perjudiciales los eucaliptos, y sepamos por qué provocó el incendio que le ha tenido un tiempo en la cárcel. Mientras, sentados en un prado, observan un conjunto de árboles de los que sobresalen dos copas. 

Laxe, que tiene apellido de pueblo devastado por el Prestige, retrata la Galicia más rural y alejada de la civilización —el territorio de la provincia de Lugo fronterizo con Asturias, los Oscos, Navia de Suarna— como si lo viera extinguirse. La película rezuma nostalgia, y quizá pena, pero también resistencia y lucha por un modo de vida que se ve impelido a la desaparición. La riqueza, o supervivencia, dirán, de unos implica la extinción de otros, como si de neandertales y sapiens sapiens se tratara. Colinas suaves que perfilan hondonadas húmedas y profundas cubiertas de cielos grises y amenazantes parece un refugio suficientemente inaccesible. «¿Pero vendrán aquí los turistas?», pregunta Benedicta a Amador mientras un vecino reconstruye una casa para iniciar un negocio de turismo rural.

O que arde no cuestiona un delito de piromanía, un atentado contra la salud pública y el medio ambiente que, por otro lado, se ha ejecutado largamente con el apoyo de leyes y bajo el beneplácito del progreso y los beneficios. Laxe enfrenta dos modos de vida extraños entre sí. Durante la modernidad, desde el s.XIII, los cercamientos se hicieron progresivos con un aumento de Enclosure Acts en el s.XVIII que potenció la privatización de las tierras, el desplazamiento de campesinos hacia las ciudades y la Revolución Industrial.

Puede que en Galicia, y en otros muchos lugares, simplemente se trate de tozudez esporádica, de negarse a aceptar otro modo de vida en tiempos más laxos respecto al usufructo del suelo; de rechazar el progreso y el capital como única fórmula de vida. Sea como fuere, mediante la succión (por el cultivo de eucaliptos o de pinos y por las transformaciones que exige el turismo) o la pira, la tierra, ajena e indiferente a nuestros debates y conflictos, padece como un personaje indefenso cuyo dolor alerta de la quiebra de las comunidades y de la pérdida irreparable de su bien raíz primordial. 

El espectador, situado en el panóptico que es el cine tiene así los argumentos para enfrentarse a la abstracción que tanto ecologistas como negacionistas esgrimen. La salvación de nuestro verde-azul está vinculada a las personas y viceversa, pero además los intereses particulares deben confluir mediante renuncias a deseos y cabezonadas propias. Asunto ingenuo esta faceta del amor pero opuesto a los males de nuestro tiempo —impotencia, intolerancia, avaricia, venganza, insensibilidad, odio— y quizá único bote salvavidas para tanta capacidad de destrucción. O que arde es una cinta bella, humilde, silenciosa, necesaria y enriquecedora. Sépanlo los contribuyentes.

lunes, 17 de agosto de 2020

Victus

(Las palabras en negrita están hiperenlazadas)


Victus (Sánchez Piñol, 2012) es una novela que narra el conflicto entre la Monarquía Hispánica y el Principado de Cataluña a través de las peripecias que Martín Piernaslargas Zubiria recuerda poco antes de la Revolución francesa y que culmina con el asedio de Barcelona en 1713-14 por las tropas felipistas. Poliorcética, rivalidades, Santa Eulalia, Villarroel, héroes, Casanova, ceguera, botiflers, astucia, traición, egos, intransigencia, deserciones, y hambre y derrota para el pueblo configuran este drama que gracias al personaje de Zubi se hace amena en su primera parte. 

Pensaba en el libro un día después de haber presenciado la peor derrota del Barça y de oír las palabras y la censura de Piqué tras el partido. Voz que reclama el cambio, estructural, y que se ofrece a la autoinmolación. Se erige así en autoridad suprema que decide que nadie es imprescindible, incluso Messi. Vamos, falsa modestia. Sobre todo porque es uno de los jugadores con la ficha más alta del equipo y que, junto al resto de “vacas sagradas” azulgranas, ha forzado cambios de entrenador y aforamiento, ¡cómo si fueran reyes de España! Las ratas abandonan el barco antes de hundirse. 

Retomemos el hilo y el paralelismo, además de antonímico, entre Victus y la debacle azulgrana en Champions. La hipótesis, que pudiera parecer obvia, es que la guerra continua entre dos bandos irreconciliables en facetas tan cotidianas y anodinas como el fútbol. Florentino Pérez, presidente del Real Madrid y de ACS, es un personaje manifiestamente creyente y español, en un sentido histórico y hegemónico. El caso Rosell —Sandro Rosell, ex-presidente del F.C. Barcelona, ha permanecido en prisión durante dos años debido a las acusaciones, aparentemente infundadas, de fraude financiero formuladas por la magistrada Carmen Lamela— señalan su mano negra.

El sr. Pérez, avezado hombre de negocios, con las inversiones escandalosas, gracias también a las televisiones, en su equipo de galácticos provocó un aumento desorbitado de los precios del fútbol que empujó al resto de equipos a seguir su estela, hundirse en la bancarrota o descender de Primera, categoría que ya tiene nombre de banco o de empresa eléctrica. El Barça le siguió el juego con un as bien visible, Leo Messi. El Madrid, con Cristiano o sin, poco ha tenido que hacer en los mejores momentos del jugador argentino. Sin embargo, el equipo culé, más demócrata pero dividido en facciones, ha sido incapaz de apelar a la humildad y se ha rendido al juego pergeñado por Pérez, que parece disponer de una hucha sin fondo. 

Arredilada la cantera para salvaguardar los salarios de los antaño mejores jugadores del mundo, quiénes, además de excesivamente pagados, han menospreciado y desobedecido a técnicos; acoquinada la directiva por los cabecillas de la plantilla y sin un plan director que no fuera parchear la fuga de Neymar, solamente la fortuna, como Santa Eulalia, podía auxiliar un descalabro divisado en lontananza y que acabará pagando el soci, porque el Barça és més que un club! Pero la suerte y el azar, ya se sabe, igual sí, igual no, como Dios. 

Vae Victus (2015), la segunda parte, es harina de otro costal. Cae en picado.


viernes, 14 de agosto de 2020

“Insta”

"Insta"uhah!

La redes sociales ya no son algo a lo que se pueda optar. Para muchos es necesario estar ahí. Por ocio o por mandato empresarial estas herramientas destilan vanidad, crueldad y un salario que se gana mediante una falsa inocencia y discursos manidos buenrollistas. Jefes de cuentas, Community managers, Haters o su contrario tiran de likes para posicionarse, desmontar o captar al personal. Hoy, un pajarito me ha dicho que en ZaraHome contratan a chicas saldrán más baratas y obedientes…en función de los likes que tengan en Instagram y otras redes sociales.


Si el “Insta” es el protagonista de esta minúscula historia que arranca a modo de panfleto es porque me he visto inmerso en esa vorágine de la apariencia que te desubica y te hace sentir extemporáneo, inadecuado, impropio e inoportuno por tu ignorancia y resistencia al escaparate. Trabajar, sobre todo en publicidad, cine y televisión es guay a pesar de todo. La red da fe de tu flexibilidad al mostrar qué bien te lo pasas mientras produces. Algo poco meditado y complejo de conjugar con royalties. Además, esa flexibilidad que preconiza el neoliberalismo desde la pantalla va camino de convertirse en conditio sine qua non para muchos otros trabajos tradicionalmente menos expuestos a los focos del glamour, lo cual revierte en servicios de peor calidad por apresurados e incremento de las ratios.


Por otra parte, el Insta, desde el susodicho buenrollismo, es una ventana a un mundo ideal al que todas las marcas se aferran. Todas son ecolós, respetuosas con la nómina de empleados e incitan a disfrutar de la vida de una manera moderada. No importa si los peces se cazan, se dan órdenes sin reparo al lector, la negrita resalta la negrita o se confunden los términos con tal de pasárselo like! a partir de cualquier chorrada inconsciente y simplona. Por otro lado, si todo el mundo tiene yate, invade el Paraiso, esquía o no se acaba los pares de zapatos y otros tantos accesorios y ropa para todas las situaciones imaginables y por descubrir, ¿qué margen queda para esa pretendida exclusividad? ¿y qué sentido tiene ya el mundo sin ese ruido?.


El pez se está quedando sin cola y, debo admitirlo, contribuyo a ello aunque sugiera ambientes antitodaesaparafernalia y de manera esporádica. De algo hay que vivir (en mi caso sobrevivir), dice la voz de Judas, y esto la hipocresía, la mentira, la flacidez, la crueldad, el miedo, la indiferencia, la creatividad... es un negocio, viejo pero cada vez más insostenible. No me cruzo con mucha gente que crea en lo que ve a través de su Iphone last generation precio sueldo mileurista, pero hay que estar ahí, expuesto, por si suena la flauta.