sábado, 28 de noviembre de 2020

Anécdota...

...de un antropólogo en África

En una entrevista que he visto recientemente, el personaje relata una anécdota de alguna de sus estancias en el Congo como antropólogo. Trabajo este que nutre todos sus libros.


Cuenta que un día caminando por la selva con dos guías de repente se detuvieron frente a unos pigmeos. Uno de los guías se ofreció a mediar. Tras una primera conversación, comentó al estudioso que convenía ofrecerles algo como un gesto de amabilidad, pues, según él, podían mostrarse salvajes. El antropólogo llevaba una estampa colorida del nazareno crucificado. Se la dio al guía que gestionaba el encuentro para que se la regalara. Como los misioneros católicos llevaban siglos tramitando la conversión a la auténtica religión de estas pobres gentes, el hombre blanco debió pensar que era un obsequio adecuado o, quizá fuera lo único que en aquel momento podía ofrecer sin que fuera la camisa, las gafas o los calzones. Sin embargo, el regalo no causó el efecto deseado. Súbitamente los pigmeos increparon al europeo a través del guía negro que le tradujo el cabreo con palabras similares a estas:


Por mucho daño que hubiera hecho la persona que aparecía en la estampa, no merecía ser tratada (crucificada) de esa forma.


Esto lo cuenta el antropólogo hablando de occidocentrismo y de  colonialismo, hoy maquillado de maneras diversas; de la mirada que se proyecta desde el imperio de la Razón, ese faro que gravita sobre sí mismo y proyecta con virulencia luz sobre una tierra y un/una mar pretendidamente yermos. Una cruz que insistimos en cargar e imponer, pero, ay, ¿no es este orden más natural que el del caos?