sábado, 28 de noviembre de 2020

Anécdota...

...de un antropólogo en África

En una entrevista que he visto recientemente, el personaje relata una anécdota de alguna de sus estancias en el Congo como antropólogo. Trabajo este que nutre todos sus libros.


Cuenta que un día caminando por la selva con dos guías de repente se detuvieron frente a unos pigmeos. Uno de los guías se ofreció a mediar. Tras una primera conversación, comentó al estudioso que convenía ofrecerles algo como un gesto de amabilidad, pues, según él, podían mostrarse salvajes. El antropólogo llevaba una estampa colorida del nazareno crucificado. Se la dio al guía que gestionaba el encuentro para que se la regalara. Como los misioneros católicos llevaban siglos tramitando la conversión a la auténtica religión de estas pobres gentes, el hombre blanco debió pensar que era un obsequio adecuado o, quizá fuera lo único que en aquel momento podía ofrecer sin que fuera la camisa, las gafas o los calzones. Sin embargo, el regalo no causó el efecto deseado. Súbitamente los pigmeos increparon al europeo a través del guía negro que le tradujo el cabreo con palabras similares a estas:


Por mucho daño que hubiera hecho la persona que aparecía en la estampa, no merecía ser tratada (crucificada) de esa forma.


Esto lo cuenta el antropólogo hablando de occidocentrismo y de  colonialismo, hoy maquillado de maneras diversas; de la mirada que se proyecta desde el imperio de la Razón, ese faro que gravita sobre sí mismo y proyecta con virulencia luz sobre una tierra y un/una mar pretendidamente yermos. Una cruz que insistimos en cargar e imponer, pero, ay, ¿no es este orden más natural que el del caos?



lunes, 16 de noviembre de 2020

16/11/2020

 

16/11/2020


Cuesta levantarse de la cama tan pronto un lunes tan frío y tan oscuro.

Corta es la noche.

Por la cabeza, restos de pesadillas se mezclan y retumban con las palabras de ese profesor que se despide, Martín Solans. Con cierto regusto a nostalgia pero con el cariño por sus discentes y la conciencia tranquila por el trabajo bien hecho, de sus labios brotan unos versos compuestos por Francisco de Quevedo entre 1613 y 1644, “Ah de la vida! ¿Nadie me responde?” (Fernández Aguilá, 2015: 142).


Ayer se fue, mañana no ha llegado;

hoy se está yendo sin parar un punto;

soy un fue, y un será, y un es cansado.


En el hoy y mañana y ayer, junto

pañales y mortaja, y he quedado

presentes sucesiones de difunto.



Un nudo metafísico en mi garganta que desata la lectura de La piel fría (2002), lectura obligatoria y un reencuentro animado con la materialidad, el imaginario y la antropología de Albert Sánchez Piñol tras el chasco de la secuela de Victus (2012).


Curiosa poliorgasmia de la mascota. Puedo ir siguiendo la excitación creciente, los espasmos que se aceleran y el clímax que culmina la obra. Casa minuto y medio, a lo sumo, la efervescencia explota con unos chillidos volcánicos, largos, larguísimos, sostiene el placer veinte segundos ininterrumpidos y, en lugar de decaer, recomienza. Indiferente, Batís la ataca una y otra vez, hasta que el placer se extingue con una blasfemia (Sánchez Piñol, 2015:102).


Bipolaridad galopante o tan solo un oxímoron de esos que nos componen. Otra vez Quevedo (Fernández Aguilá, 2015: 144).


Es hielo abrasador, es fuego helado,

es herida que duele y no se siente,

es un soñado bien, un mal presente,

es un breve descanso muy cansado.



Pera no es...



Bibliografía

Fernández Aguilá, Ricardo (2015). Un profesor se despide. Barcelona: Editorial Plataforma.

Sánchez Piñol, Albert (2015). La piel fría. Madrid: Alfaguara.



jueves, 12 de noviembre de 2020

La embestida

 

Hoy al mediodía he presenciado un accidente en el cruce de la calle Urbieta con Pedro Egaña, en Donostia, y soy testigo de lo que ha pasado si se me requiere. En fin, me he acordado del código de circulación, que obliga, y del morbo. Eran las 13.25 aproximadamente cuando un turismo un Audi híbrido, blanco inmaculado y con quince días de edad se metía hacia la calle Pedro Egaña cuando un autobús de Dbus le ha embestido. La cosa suena peor de lo que ha sido pero podría haber sido muchísimo peor si se cruzan unos segundos antes.


Yo venía de Amara Nuevo e iba al Koldo el templo, micaaasa, LA biblioteca de San Sebastián— cuando he visto al turismo hacer amago de meterse en Pedro Egaña. Veinte metros después un bus venía por Urbieta a buena marcha con el chófer dando bocinazos para que el otro, que ya lo tenía difícil, reaccionara. Sonido, velocidad, huevón al volante, impacto. La policía municipal, cuyas dependencias se encuentran en la antigua fábrica de gas, a cinco minutos máximo en coche del lugar del siniestro, ha tardado media hora de reloj en llegar. Bueno, tampoco corría la sangre.


Al haber visto el incidente —desde al lado de una cabina de la ONCE— otra chica y yo nos hemos quedado como testigos. El chófer durante todo ese tiempo no ha hecho ningún amago de acercarse a los damnificados pero ha conseguido subirse los pantalones sucios, ponerse la camisa por dentro y hacer alguna foto puesto que el conductor del turismo se ha negado a desplazar su vehículo. Por fin ha llegado la policía. Nos ha tomado los nombres y por la tarde me han llamado para verificar mi nombre y solicitarme en caso de que fuera necesario. Yo, que tengo memoria de pez...


Cuando he podido irme, dejar el libro en el Koldo y emprender el camino a casa he reflexionado sobre Rashomon (Akira Kurosawa, 1950), la verdad, la culpa y me ha dado tiempo en erigirme testigo principal y juez acompañado por el rumor y el balanceo de las olas mientras cruzaba la Concha.


El informe


Desde que se modificó el carril bus en la calle Urbieta, alguien con peso y profundidad en el consistorio decidió borrar la línea discontinua que permitía a los turismos meterse con autoridad en el carril bus para acceder a Amara Viejo o volver al centro. Ese “borrado” o línea continua da prioridad a los buses pero el giro a la derecha sigue estando permitido pese a un espacio muy restringido que obliga a detener al resto de automóviles que van detrás del que va a girar en una de las arterias de salida principales de la ciudad. Además, los vehículos que quieren acceder a esa calle han de prestar atención —algo que el conductor del turismo no ha hecho del todo pues reconocía no haber mirado por el espejo retrovisor— por si viene un autobús embalado, como ha sido el caso.


Sin embargo, el bus iba con gente y el chófer ha tenido que decidir entre un frenazo fuerte y sin impacto o frenada prolongada y impacto medio fuerte que, en todo caso, a él no le iba a perjudicar demasiado porque su vehículo era el grande y el que llevaba velocidad. Pero, antes de hacer sonar el claxon ha tenido que ver cómo el turismo giraba y ya tenía parte invadiendo su carril porque el golpe, que no sé si lo he comentado, ha sido en la rueda trasera derecha del turismo. «Buf, a ver si se ha movido el eje...», le decía al dueño... Luego parece que el “culpable” es un cúmulo de circunstancias que los seguros dirimirán. Si le dan la razón al conductor del turismo Dbus deberá hacerse cargo y si no, y no es tan difícil que eso ocurra, se lo comerá con patatas. Mientras cavilaba todo esto he vuelto a darme cuenta de lo pequeños que somos, le digo al tribunal.




martes, 10 de noviembre de 2020

Barbalismos

 


Josep había sido más que un intermediario, atento, buen consejero, 
con su amabilidad alegre, con la generosidad más hábil, la que no sabe, 
la que ignora su valor y no avergüenza al beneficiario.



Bibliografía

Barbal, María (1998). Alcanfor. Barcelona: Lumen, p.31. 





lunes, 2 de noviembre de 2020

kafkianismos 2

 

El deseo de ser un piel roja


   Si uno fuera un piel roja...siempre alerta, atravesando los aires sobre un caballo veloz, estremecido una y otra vez sobre la tierra temblorosa, hasta dejar las espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas, porque no hacen falta riendas, sin apenas ver la tierra por delante como pradera de hierba segada, ya sin las crines del caballo, sin la cabeza del caballo.




Bibliografía

Kafka, Franz (2007). Un médico rural y otros relatos pequeños. Madrid: Impedimenta, p.137.



Kafkianismos 1*

Los árboles

  

   Porque somos como troncos de árboles en la nieve. Parece que están apoyados en la superficie, y que se los puede mover con un pequeño empujón. No, no es posible. Porque están firmemente unidos a la tierra. Pero, atención, también eso es pura apariencia.




*Estos kafkianismos fueron escritos y recopilados entre 1912 y 1920.



Bibliografía

Kafka, Franz (2007). Un médico rural y otros relatos pequeños. Madrid: Impedimenta, p.139.