jueves, 20 de agosto de 2020

El Perro

(Las negritas están hiperenlazadas)

37 grados. Ayer hizo un calor insoportable. Un servidor, que es de montaña, tolera muy mal —cansancio, cabreo, dolor de rodilla...—los cambios meteorológicos abruptos o sus excesos. Además, algo que debería importarnos a todos, no llueve mucho este verano. Menos mal que nos queda Almería!

Pero no todo es negativo. Descubrí —quizá debiera haberlo hecho hace tiempo debido a mi formación académica— La secta del perro (Carlos García Gual, 1987), un libro sobre la escuela cínica que en su prólogo ya avanza la distinción entre kynismus y zynismus. Lo primero es parresía, humildad, subversión, crítica ante lo convencional, irreverencia, gracia, humor y anécdotas; lo segundo es mentira, engaño, burla, pantomima, hipocresía, falsedad. El kynismus, cuyo padre es Diógenes de Sinope, transmite a la Stoa Poikilè, al estoicismo predicado por Zenón de Citio, la contemplación, la observación y el respeto a la naturaleza. A lo que éstos añaden la virtud. Como las Humanidades están tan maltrechas y denostadas, hemos olvidado lo primero y confundido y relativizado las prácticas a nuestro favor pero puede que siempre haya sido así y que sea desde la 2ª Guerra Mundial cuando se intenta, con un éxito muy muy relativo, un equilibrio de fuerzas con la Declaración Universal de los Derechos Humanos

Otra sorpresa, agridulce, me la trajo una anécdota —una de esas cosas que les pasa a los demás—, aunque las palabras y la memoria todo lo confunden. 

Rodamos!, pero el técnico de sonido dice que un ruido, un ronroneo ensucia el sonido en directo. Producción manda a la primeriza, una chica rubia y torpona —cómo no!— a averiguar de dónde proviene el barullo. Cerca de ese mismo decorado, una mujer de mediana edad —detalle inverosímil— ronca debajo de la cama de un decorado anexo. A un lado del catre, un bolso tirado y las botas camperas de ante que puestas le llegan hasta la rodilla y reducen aún más su estatura, despiden un tufo acre. Cualquiera se preguntará por qué no duerme plácidamente sobre la cama. 

La chica difunde la noticia. Indefectiblemente, el suceso se tiene que saber para hacer lo que convenga. Sin embargo, algo que pasaría por punible en otros aquí se transforma en loa. «Pobrecilla, con lo que trabaja…». Además, todo el equipo está disgustado con las maneras del equipo de Dirección, que viene de Madrid. Sin embargo, otra persona, testigo de lo que acontece y se rumorea, percibe ese elogio como una burla pues conoce el origen de los ronquidos —fiesta!y la desconsideración y difamaciones del ser roncante hacia sus compañeros de equipo para hacerse valer. Entre la afasia y el balbuceo —«ya, yo esto pero el otro lo otro...que todos tenemos algo...que no se pueden meter tantas horas!...mira ese cómo va...jeje»— se elude la responsabilidad y una anécdota potencialmente irreverente se transforma en algo lamentable y tragicómico. 

Hoy también hará calor. Día de playa para el Perro si no me quitan el sol.