martes, 18 de agosto de 2020

O que arde

(Las negritas están hiperenlazadas)


O que arde (Olivier Laxe, 2019) 

«Si hacen sufrir es que sufren», dice Benedicta a Amador después de que su hijo le explique por qué son perjudiciales los eucaliptos, y sepamos por qué provocó el incendio que le ha tenido un tiempo en la cárcel. Mientras, sentados en un prado, observan un conjunto de árboles de los que sobresalen dos copas. 

Laxe, que tiene apellido de pueblo devastado por el Prestige, retrata la Galicia más rural y alejada de la civilización —el territorio de la provincia de Lugo fronterizo con Asturias, los Oscos, Navia de Suarna— como si lo viera extinguirse. La película rezuma nostalgia, y quizá pena, pero también resistencia y lucha por un modo de vida que se ve impelido a la desaparición. La riqueza, o supervivencia, dirán, de unos implica la extinción de otros, como si de neandertales y sapiens sapiens se tratara. Colinas suaves que perfilan hondonadas húmedas y profundas cubiertas de cielos grises y amenazantes parece un refugio suficientemente inaccesible. «¿Pero vendrán aquí los turistas?», pregunta Benedicta a Amador mientras un vecino reconstruye una casa para iniciar un negocio de turismo rural.

O que arde no cuestiona un delito de piromanía, un atentado contra la salud pública y el medio ambiente que, por otro lado, se ha ejecutado largamente con el apoyo de leyes y bajo el beneplácito del progreso y los beneficios. Laxe enfrenta dos modos de vida extraños entre sí. Durante la modernidad, desde el s.XIII, los cercamientos se hicieron progresivos con un aumento de Enclosure Acts en el s.XVIII que potenció la privatización de las tierras, el desplazamiento de campesinos hacia las ciudades y la Revolución Industrial.

Puede que en Galicia, y en otros muchos lugares, simplemente se trate de tozudez esporádica, de negarse a aceptar otro modo de vida en tiempos más laxos respecto al usufructo del suelo; de rechazar el progreso y el capital como única fórmula de vida. Sea como fuere, mediante la succión (por el cultivo de eucaliptos o de pinos y por las transformaciones que exige el turismo) o la pira, la tierra, ajena e indiferente a nuestros debates y conflictos, padece como un personaje indefenso cuyo dolor alerta de la quiebra de las comunidades y de la pérdida irreparable de su bien raíz primordial. 

El espectador, situado en el panóptico que es el cine tiene así los argumentos para enfrentarse a la abstracción que tanto ecologistas como negacionistas esgrimen. La salvación de nuestro verde-azul está vinculada a las personas y viceversa, pero además los intereses particulares deben confluir mediante renuncias a deseos y cabezonadas propias. Asunto ingenuo esta faceta del amor pero opuesto a los males de nuestro tiempo —impotencia, intolerancia, avaricia, venganza, insensibilidad, odio— y quizá único bote salvavidas para tanta capacidad de destrucción. O que arde es una cinta bella, humilde, silenciosa, necesaria y enriquecedora. Sépanlo los contribuyentes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario