Junto al fresno de la foto (leer la entrad “El banco”) había un
estercolero que almacenaba la mierda que se extraía de la cuadra y
otros desechos con los que luego se abonaba la tierra. Ahí, del
árbol hacia arriba está el patatal y lo rodea un campo de alfalfa.
La cuadra daba cabida a siete u ocho vacas con algunos terneros.
Durante la feria de Vielha, el 8 de octubre, se reunían entonces
ganaderos del Pallars y de Aragón para intercambiar, comprar o
vender cabezas de ganado vacuno.
Hoy las ferias son puestos de ropa, productos artesanales dudosos y
exhibiciones de caballar para carne. Los pequeños propietarios han
desaparecido y perdieron la ocasión de las subvenciones que, en
cambio, propicia grandes propietarios. La explotación del turismo
precisó de mano de obra para el sector de la construcción y de
servicios y rebeló cuánto trabajo y qué poca rentabilidad suponía
mantener la tradición y el legado familiar. En fin, quizá la Cuarta
Revolución Industrial —ya
saben, agrobots que no cobren
ni protesten y descansen poco—
contribuya a recuperar un modo de vida menospreciado, más sostenible
y menos especulativo.
Pero volvamos a la mierda, que es lo importante. Ahí se cuece una
buena cosecha pero antes hay que limpiar la cuadra, recoger los
excrementos y trasladarlos en carretilla de mano hasta el
estercolero, al otro lado de la carretera C-28. He olvidado comentar
que algo que también trajo el nuevo modo de vida fue el
embellecimiento de los pueblos. Los pueblos bonitos de España
que se precien están pulcros, engalanados y floridos en sus balcones
y ventanas, con sus jardineras de hierro forjado que riega y mantiene
algún vecino desocupado y con cierta dosis de incomodidad. Las
calles decoradas con costras de bosta no procedían. La vergüenza,
puede que por inadaptados, aumentaba al mismo paso que la nostalgia.
Afloraba en mi madre, que se encargaba obedientemente de la mayor
parte del trabajo para mantener al ganado, este sentimiento
contradictorio. Así las cosas (suspiro), pasé las vacaciones de mi
infancia y adolescencia recogiendo alfalfa y gruñendo. Menos mal que
lo aprobaba todo, hasta los dieciséis…
Es otoño. El estercolero llega a la altura de la
carretera. En la foto no se aprecia pero tendrá
un metro y medio de profundidad
aproximadamente y unos quince metros
cuadrados de área.
[Seguro que mi padre protesta porque me he desviado en centímetros
del cálculo]. La parte superior se endurece con el tiempo, de manera
que parece transitable...Un chaval, amigo de pueblo, de esos con los
que compartes las primeras fumaradas, descubrimientos anatómicos y
MaxMixes,
se acerca orgulloso, confiado, nazareno de
Betren,
¡que no me hundo! Pero…? Fiu!, salta como un
rayo, ¡Zhang
Chengqiang él!, pero
después de haber tocado fondo y de mierda hasta la cintura. Se
marcha a casa lloriqueando. Sin embargo,
yo siempre me acordaré de las fresas que salían junto al estiércol.
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