miércoles, 2 de septiembre de 2020

Adèle, amor bárbaro

La vie d’Adèle (La vida de Adèle (capítulos 1 y 2), Abdellatif Kechiche, 2013) 


Adèle (Adèle Exarchopoulos) es una adolescente con dudas sobre su supuesta hetrosexualidad. Conoce el sexo con chicos pero, ay, no le entusiasma e, incluso, le incomoda. Descubre a Emma (Léa Seydoux), una chica con el pelo teñido de azul y enfundada en denim que estudia Bellas Artes, en un bar de lesbianas. Se hacen amigas y pareja. El entorno de Emma es abierto y liberal, el de Adèle conservador y tradicional. Cómo ganársela, cómo afrontarla o qué esperar de ella enfrentan a ambas concepciones de la vida. Pero si Adèle es la oveja negra en su entorno, Emma sucumbe a la maternidad/paternidad. Cultura, naturaleza y edad confluyen, se palpan, se lamen (largo, tendido y bien clarito), se aman, se disocian. 

La película insiste en primeros planos a Adèle y Emma que combina con otros más abiertos cuando coitan o se reúnen con otros personajes en el instituto, los bares, las fiestas, el colegio, el vernissage o durante el alejamiento final de Adèle. La combinación, sin embargo, no pierde de vista a la protagonista durante las tres horas que dura el film, inspirado en la novela gráfica Le bleu est une coleur chaude (Julie Maroh, 2010). Dividido en dos partes —por si el espectador quiere ir al baño—, Adèle en el instituto, Adèle institutrice, transita de la imprudencia y el desprendimiento adolescente a la madurez y la responsabilidad a partir del autodescubrimiento que promueve el duelo. Los personajes de Adèle y Emma, tarados en origen y convicciones, se construyen y transforman mediante los enfrentamientos con sus dudas y los demás. El tránsito del color destaca la temperatura —Blue Is The warmest Colour es el título de la película en inglés— y la evolución.

El azul, asociado, según el historiador Michel Pastoreau, a lo bárbaro en tiempos de Roma, a Oriente y, a partir del s.XVI, al Nuevo Mundo, entre otras cosas porque es dónde abundaba el glasto y la Indigofera tinctoria, es la metáfora que usa Kechiche —autor también de La graine et le mulet («Cuscús» para nosotros, 2007)— para ironizar sobre el corsé cultural occidental y, al mismo tiempo, reventar el constreñimiento, árabe o cristiano, más tradicionalista. En el último plano de la película, Adèle, con un vestido de azul ultramar, se marcha resignada de la inauguración de la exposición de Emma, quien ha abandonado la pasión, el desenfreno y el azul de sus cuadros figurativos al carbón iniciales por tonos amarillos, naranjas y posturas más relajadas. Samir (Salim Kechiouche), con quien Adéle ya coincidiera en otra fiesta y que ha dejado la interpretación por los inmuebles, sale a buscarla pero toma el sentido contrario. ¿Se encontrarán ambas culturas en posteriores capítulos?



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