martes, 1 de septiembre de 2020

Monos en la cara


A veces se me hace extraño caminar por la calle y ver a conocidos que, conjeturo, habiéndome visto hacen como si no. Por supuesto, no siempre estamos dispuestos para el otro pero escatimar un saludo cordial nos aleja porque, entre otras cosas, si otro día es al revés o se coincide en una reunión social, en la memoria permanece la amargura. En cualquier caso, me incluyo entre los raros. Con algunas personas siempre tengo excusas para detenerme, con otras el cruce de saludos oscila entre la cordialidad, el pasmo o, incluso, cierta inquina.

Cavilo sobre esto de vuelta a la reclusión prescrita por las autoridades sanitarias en tiempos de Covid19 Primer Encierro están restringidas las salidas al espacio público a una hora por la mañana y otra por la tarde entre las siete y las diez tras cruzarme con conocidos que me han evitado mientras recuerdo, por recién leído, el último encuentro entre Stefan Zweig y Theodor Herzl, autor de El estado judío.
«Le saludé cortésmente y quise pasar de largo, pero él corrió tras de mí y me tendió la mano», dice Zweig.
«¿Por qué se esconde? No tiene ninguna necesidad de hacerlo», contestó Herzl.


En El mundo de ayer, Zweig aclara cómo, ente los propios correligionarios de Herzl campaba a sus anchas la indisciplina y entre los no judíos, que hasta entonces veneraban al redactor del suplemento literario de la Neue Freie Presse, existía el mal hábito de humillarle cuando asistía al teatro. Gracias al opúsculo de Karl Kraus, Una corona para Sion, la gente, con el ánimo patriótico exacerbado, le apodaba su majestad. Al poco tiempo Herzl murió enfermo pero Zweig pudo despedirse de quién le diera su primera gran oportunidad literaria e incluso pudo contarlo para, levemente, resarcirse del dolor de haber ignorado a un amigo que anticipaba la inminencia de la Primera Guerra Mundial.


Pero este colofón tan amable —ay que me pongo estupendo requiere, por un lado, de una predisposición oportuna, cuasi celestial, y, por otro, convendría la bidireccionalidad. De la humanitas sincera y el apego por lo universal y lo común al agradecimiento del que es mirado que le permita despojarse de los monos en la cara. A veces, de los no-encuentros surge la posibilidad de descubrir perfiles del rostro menos acerados. Otras, la anormalidad es tanta que solo cabe resistir, luchar, huir.


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