jueves, 10 de septiembre de 2020

Alanis, madre y mujer

Alanis (Anahí Berneri, 2017)




Alanís es, en realidad, María (Sofía Gala Castiglione), tiene 25 años y vino de provincias hace un par para ejercer discretamente la prostitución en Buenos Aires. También es madre soltera de Dante (Dante Della Paolera), un niño de año y medio que vive amorrado a la teta de su madre cuando ella no trabaja. El privado, que comparten con Gisela (Dana Basso) es motivo de una investigación. La policía detiene a Gisela y el casero echa a Alanís que se queda en la calle con Dante. Acude entonces a su tía Andrea (Silvina Sabater), dueña de una tienda de ropa que vive en la trastienda con Román (Carlos Vuletich). Pero a Alanís no le entusiasma trabajar de limpiadora de casas y mierdas ajenas así que vuelve a la plaza Miserere, territorio hostil, para sacar plata rápida y saldar deudas. Andrea, que quiso ser madre y no pudo, y Alanís discuten y ésta se marcha con Dante a un privado donde otras chicas jóvenes le ayudarán con el crío. 


La historia, que transcurre en tres días y se rodó en ese mismo tiempo, tiene tanto que ver con el cuerpo y la sexualidad, como con el desamparo, el caos, y la maternidad. Berneri no se posiciona frente a la trata de blancas ni alude a la degradación moral y social de las trabajadoras sexuales o critica la situación económica del país, en fase post-corralito eterna. Sin embargo, el ambiente transpira una decadencia irrefrenable que refuerza la vulnerabilidad de estas mujeres, incomprendidas y de gran utilidad social si cabe, pero a expensas del cliente o de la Madame. 


Ejemplo de que rodar con pocos medios y un elenco en gran medida amateur no obstaculizan la calidad de la película, Berneri se aleja de la moraleja y ofrece un pedazo de vida sin ornamentos ni distracciones, de arquitectura cinematográfica exenta, un camino al que cuesta entrar pero del que se sale enriquecido. El espectador, nunca subyugado por la sensiblería, la pobreza material, las situaciones o el niño al que arrastra la protagonista, empatiza con los estigmas de un gremio constituido mayoritariamente por mujeres a las que se puede humillar y ningunear por dedicarse a esta actividad. 


Lejos del retrato descarnado que hace Arturo Ripstein en La calle de la amargura (2015), como la propia Berneri comenta, su film dialoga con la filmografía de Chantal Akerman y, por extensión, con la condición social de la mujer y su libertad de elección, más que con la mugre y la pena. Pero además, la cinta remite a María, madre del hijo de dios —“¿quién es el padre?”, le preguntan en comisaría, a lo que Alanis responde con un respingo...—, y al segundo círculo de la Divina Comedia donde Dante sitúa a los lujuriosos y los condena a un viento constante que los zarandea por los aires. Entre la santidad y el pecado, madre y mujer, Alanís transita su camino como puede y, a veces, hace lo que quiere y goza, que no es delito,¿verdad?.



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