miércoles, 9 de marzo de 2022

De pieles y monstruos


La piel (Del Molino, 2020)



Hilo conductor del libro de Sergio del Molino, la psoriasis dirige al lector a la infancia y a la adolescencia del autor, pero también a su pelea actual con la enfermedad metrotexato mediante. La dolencia, arraigada en el tiempo y en afamados personajes precedentes —Stalin (el Vozhd), Von Luschan, el Negro de Banyoles, John Updike, Vladimir Nabokov, Isabel II de España, Cindy Lauper o los eremitas de Qumrán— sirve al autor para alertar a su hijo de que las brujas de los cuentos no exixten, pero que algunos monstruos son muy reales, como el racismo y el estalinismo, y siguen coleando. Conviene no olvidar. Es esta una venganza literaria y un ejercicio de memoria contra personajes reaccionarios y sanguinarios a través de un padecimiento que no hace distingo de posición ni de escala cromática. Pero su relato es también el de la condena al ostracismo de las víctimas en tanto que enfermos, seres impuros de piel ajada, y el del padre monstruoso, imperfecto, voluble, que se desnuda, negro sobre blanco, frente al hijo para acercarse a él en el futuro, para protegerle antes, ahora y siempre.


Del Molino acaricia la superficie de la historia y, como un funambulista, camina un poco acelerado por una cuerda interargumental muy fina entre lo interno y lo externo, lo micro y lo macro, la autobiografía y la Historia, la asunción inexorable del pecado y la expiación. ¿Cómo no atribuir maldad a Koba tras las purgas estalinistas? ¿Cómo justificar la segregación por el color de la piel o el lugar de origen? Si algunas tesis están clarísimas y, de las reflexiones del autor, se extraen verdades como puños con las que uno se identifica, otras veces la manipulación ideológica y literaria deja un resabio difícil de engullir. Del raudal de palabras se configura un collage de personajes y asociaciones enfermedad-hechos en una dirección y fuera de un contexto más amplio, descripciones rudas y palabras malsonantes (polla, follar) que parecen encajadas, entre el permiso y el perdón. Palabras baturras esgrimidas con poca naturalidad que quizá respondan a la aridez de su tierra, a la comezón de la enfermedad, según el autor suficiente para agriar el carácter, a un pasado heavy o a la cualidad de monstruo que todos arrastramos en mayor o menos medida.


En cualquier caso, Del Molino humaniza y normaliza la diferencia y aboga por un autoconocimiento que, si bien frágil, le permita expiar los pecados cotidianos cometidos ante los demás. Así, algo cabizbajo, apela a que el reconocimiento como monstruo redima. Pero, como sabemos, ese grado de redención y autofustigamiento es dispar. No todo el mundo se lo aplica ni en el mismo grado. El contexto capitalista, aliento de aquello que Bourdieu llamó “violencia simbólica”, segrega entre más o menos emprendedores y sumisos, origen, ideología y relaciones de poder en un mundo globalizado que desmitifica los asideros institucionales y espirituales en sospechosos para alzar a una suerte de superhombre que poco tiene que ver con Nietzsche. Luego mis monstruos no sólo dependen de mí, de mi mala suerte o de mi apariencia y, como Del Molino sabe, no todo el mundo puede expiarlos tan rica y profusamente porque no tiene la fuerza, el talento, la posición o los cuartos para hacerlo. Para compensar, una contradicción y una revelación. Del Molino se atreve a sentenciar, pero muestra, generosamente, en la coda del texto las lecturas e influencias —Foucault, Cassirer, Malaparte, Sebag Montefiore o Scorsese— que ha utilizado en el proceso de escritura del libro y, a partir de una escena entre Borau y Hemingway, advierte


Hay que modular muy bien la mitología con la que uno se acicala, manejando sobre todo los silencios —es mejor que los demás rellenen con suposiciones todo aquello que ignoran de ti—, y no alzar nunca la voz ni presumir en exceso (Del Molino, 226).


Bibliografía

Del Molino, Sergio. La piel. Alfaguara, 2020.





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