Armand (Guy Roger “Bibisse” N’drin) pedalea por Abiyán, capital de Costa de Marfil, con una cabra atada a la espalda. Va a visitar a Papa Sanou, un chamán animista. En el Causse (Macizo Central francés) es invierno. Joseph (Damien Bonnard) vive apartado en una granja y añora a su madre muerta. Alice (Laure Calamy) es una asistenta social que le visita y frunge con él porque le quiere pero está casada con Michel (Denis Menochet), gestor de la granja de vacas de su suegro, con quien no se llevan bien, y que se sabe cornudo.
Desaparece una mujer, Evelyne Ducat (Valeria Bruni Tedeschi), pareja de un rico empresario, tras abandonar su coche en la montaña. La gendarmería inicia las pesquisas. Aparece Marion (Nadia Tereszkiewicz), una camarera joven que se enamora de Evelyne. Paralelamente, a miles de kilómetros de distancia, la pareja de Armand, una chica abiyanesa mantiene, a su vez, una relación con un hombre blanco rico que les procura, a ella y a su hija, mucha dignidad y confort en el país africano. Conexiones analógicas y digitales.
Esta historia, thriller policíaco, rural, urbano, transcontinental, transcultural y transgeneracional con visos de conciencia social, es una adaptación de la novela homónima de Colin Niel, ingeniero agrario y novelista. Desde la perspectiva de cada personaje principal —Rashomon (Akira Kurosawa, 1950) es un modelo ilustre— y una estrategia de puzzle —Short Cuts (Robert Altman, 1993), por ejemplo— Moll construye una historia donde los móviles confluyen. «Amar es dar lo que no tienes», amenaza Papa Sanou. Y de eso se trata, de intentarlo, de empeñar lo que se tiene: dinero, voluntad, necesidad, ingenio, astucia. Lo contrario es resignación y una profunda frustración que hacen inviable vivir.
Pero, ¿tendrán algo que ver los bóvidos, africanos o europeos, con tanto misterio?. Moll (Harry, un amigo que os quiere, 2000) imprime los giros, las dosis de sexo y la emoción suficientes e interesantes para mantener la tensión y la expectativa en el espectador gracias, en gran medida, a las interpretaciones (qué miedo da Menochet!). Quedan flecos importantes abiertos cuya carencia el director no disimula en su empeño neorromántico porque el amor también es un sentimiento muy pragmático. De buen ver.
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